Madrid fascina y horroriza.
El metro huele a Borges, a Kundera, a tinta de imprenta, literatura y fantasía. También a estrés, prisa, supervivencia, lucha y agotamiento. Sus calles huelen ahora a primavera, pero siempre suenan a música, a aventura, a monedas cayendo, a bullicio, a conglomerado humano. Madrid enseña sonrisa y hospitalidad, también anonimato común y aislamiento cosmopolita. Sabe a cerveza, dulce y amarga a la vez... Y embriaga, y confunde, y anima, y deprime.
Madrid es todo y es nada.
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